Cuando pienso en este blog, en este barco mío, pienso en
esos inicios suyos que se me antojan tan lejanos. Esos inicios en los que con
tantas ganas lo cogí, y tanto ajetreo tuve para actualizarlo siguiendo una
férrea estructura en la que ya no tenía tan claro si encontrarían cabida los
temas de los que se me ocurría hablar; con el tiempo hubo que pulir eso, y así
sucedió que de vez en cuando hablaba de cosas muy dispares, o simplemente
actualizaba por el placer de escribir aunque no se me ocurriese nada interesante
de lo que hablar. Ay, mi amada nave hundida… que ha vivido momentos de
actualizaciones casi diarias y otros de abandono casi absoluto, ya fuese por
falta de creatividad, de tiempo o de ganas. Y, por supuesto, también ha vivido
el cambio de la capitana, ha asistido a mi paulatina evolución, esa que a veces
parece insuficiente, pero quizá no es que no avance, sino que mis pasos son
pequeños.
A medida que leo mis antiguas entradas, veo más claro ese
afán que tenía en denunciar lo que me parecía injusto, en pregonar a los cuatro
vientos mi idealismo. Esa rabia hacia lo que me parecía imperdonable, ese dedo
acusador, ese credo lucido con tanto orgullo. Cuánta insistencia tenía en dejar
claro lo que pensaba, como si le tuviese que importar al mundo y como si fuese
una opinión digna de ser convertida en ley. En el fondo me hace gracia
comprobar que no he cambiado tantísimo, porque mi rabia y mis principios siguen
conmigo y, sinceramente, espero que me sigan acompañando hasta el fin de mis
días. Puede que no sirvan de mucho, que resulten ser un lastre en este mundo en
el que nos queda claro que sólo la falta de escrúpulos triunfa y perdura, pero
cuando uno es como es y lo ha aceptado, no le queda otra que apechugar con ello
y seguir por su camino hasta el final, por muchos obstáculos que encuentre. Y
nos quejaremos de lo escarpado del terreno, creeremos desear ser de otra forma,
pero seguiremos siendo nosotros mismos.
Pero si en algo he cambiado es en que ya no me voy dando
cabezazos con todo y con todos. Tengo mi opinión, escucho otras y, si me
apetece, debato. Pero ya no es una necesidad imperante llevar la razón; quizá
porque teniendo en cuenta de quienes nos rodeamos, es más fácil que nos la den
para evitar conflictos. En otras palabras: que te den la razón no significa que
la lleves. Muchos factores entran en juego, entre otros la falta de interés o
el cansancio por haber escuchado durante un tiempo casi contraproducente a
alguien cuyos argumentos nos parecen pesados.
Hablando de cosas que no cambian, mi profunda decepción con
la naturaleza humana sigue su curso y en los últimos años ha ido cosechando más
motivos para mantenerse tan firme como mi cabezonería crónica. Y es lo peor que
se puede hacer, darme la posibilidad de justificar una misantropía infecciosa
que se extiende a gran parte de la población a día de hoy gracias a la
maravillosa situación social que vivimos a escala mundial. ¡Oh! ¿La capitana
tirando de ironía? Nada más lejos de la realidad. Si hablamos de cultivar la
desconfianza en el ser humano, los acontecimientos políticos, económicos y
sociales actuales le son altamente beneficiosos.
No obstante, voy a lanzar un pequeño rayito de esperanza
sobre mi habitual desconfianza en mi propia raza, y es que mi creencia en las
excepciones, o dicho de otro modo, personas que merecen la pena, también se ha
afianzado. Y para mí es simplemente precioso comprobar que esa bondad natural
en la que perdí la fe demasiado pronto, existe. Sólo tengo que mirar a mi
alrededor para ver seres humanos extraordinarios, de los que me arrancan una
sonrisa que me dura todo el día y hacia los que sólo puedo profesar respeto,
admiración y un profundo cariño. Muchos de ellos, por cierto, practican un
saludable optimismo, o al menos gozan de una envidiable ingenuidad. No hablo de
ingenuidad como algo malo, sino de una ingenuidad dulce y sana, de esa que te
permite creer en la nobleza de los demás sin necesidad de pruebas. De esa
ingenuidad que no me importaría tener.
Creo que con el tiempo mi hostilidad se ha relajado, pero no
por ello soy más piadosa. Soy más seria, y a la vez, más alegre. Soy más hosca,
pero todo sigue siendo una cuestión de formas toscas o inapropiadas y, en el
fondo, me falta maldad. En definitiva, aprecio una evolución, por paulatina que
sea. Pero es una evolución y no un cambio radical, porque sigo teniendo las
mismas malas costumbres que quedaron patentes en su momento. Véase, por
ejemplo, la de actualizar poco; véase también la de contar algo como si al
mundo le importase. Y véase, por supuesto, la de escribir, porque es lo que
espero hacer toda la vida.
El que quiera entender que entienda y el que quiera leer que
lea. Y buena tarde a todos.
3 comentarios:
Es bueno evolucionar. Y aunque es normal sentir decepción hacia la humanidad, hay que dejar esos pensamientos de lado. La humanidad no es tan tonta como parece. Es sólo que nos cuesta dejar lo que con tanto esfuerzo hemos conseguido. Pero cuando ya no tiene nada que perder, la propia naturaleza nos lleva a la aniquilación y la renovación. Es un ciclo que se ve en todas partes y que se encuentra dentro de nosotros. Es un ciclo que no podemos negar.
Madurar y crecer es parte de las razones por las que se cambian los puntos de vista y las maneras.
Quizá no es necesario vivir como el Capitán Nemo, aislado odiando a la sociedad, sino volver a tierra y aprender y adaptarse.
Lo que cuentas es la evolución normal, de hacerse adulto, ver que hay muchos matices en las cosas que odiamos, que lo fácil sería quedarse sólo con lo bueno o sólo lo malo, cuando siempre hay detalles a medias entre ambas cosas :)ambigüedaaad!!
Me encanta como escribes, es muy envolvente :) ¡novela ya!
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