A quienes encuentren mi barco hundido...

"Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae."
(Drácula)

martes, 9 de julio de 2013

Miro: Evolución.

Cuando pienso en este blog, en este barco mío, pienso en esos inicios suyos que se me antojan tan lejanos. Esos inicios en los que con tantas ganas lo cogí, y tanto ajetreo tuve para actualizarlo siguiendo una férrea estructura en la que ya no tenía tan claro si encontrarían cabida los temas de los que se me ocurría hablar; con el tiempo hubo que pulir eso, y así sucedió que de vez en cuando hablaba de cosas muy dispares, o simplemente actualizaba por el placer de escribir aunque no se me ocurriese nada interesante de lo que hablar. Ay, mi amada nave hundida… que ha vivido momentos de actualizaciones casi diarias y otros de abandono casi absoluto, ya fuese por falta de creatividad, de tiempo o de ganas. Y, por supuesto, también ha vivido el cambio de la capitana, ha asistido a mi paulatina evolución, esa que a veces parece insuficiente, pero quizá no es que no avance, sino que mis pasos son pequeños.

A medida que leo mis antiguas entradas, veo más claro ese afán que tenía en denunciar lo que me parecía injusto, en pregonar a los cuatro vientos mi idealismo. Esa rabia hacia lo que me parecía imperdonable, ese dedo acusador, ese credo lucido con tanto orgullo. Cuánta insistencia tenía en dejar claro lo que pensaba, como si le tuviese que importar al mundo y como si fuese una opinión digna de ser convertida en ley. En el fondo me hace gracia comprobar que no he cambiado tantísimo, porque mi rabia y mis principios siguen conmigo y, sinceramente, espero que me sigan acompañando hasta el fin de mis días. Puede que no sirvan de mucho, que resulten ser un lastre en este mundo en el que nos queda claro que sólo la falta de escrúpulos triunfa y perdura, pero cuando uno es como es y lo ha aceptado, no le queda otra que apechugar con ello y seguir por su camino hasta el final, por muchos obstáculos que encuentre. Y nos quejaremos de lo escarpado del terreno, creeremos desear ser de otra forma, pero seguiremos siendo nosotros mismos.

Pero si en algo he cambiado es en que ya no me voy dando cabezazos con todo y con todos. Tengo mi opinión, escucho otras y, si me apetece, debato. Pero ya no es una necesidad imperante llevar la razón; quizá porque teniendo en cuenta de quienes nos rodeamos, es más fácil que nos la den para evitar conflictos. En otras palabras: que te den la razón no significa que la lleves. Muchos factores entran en juego, entre otros la falta de interés o el cansancio por haber escuchado durante un tiempo casi contraproducente a alguien cuyos argumentos nos parecen pesados. 

Hablando de cosas que no cambian, mi profunda decepción con la naturaleza humana sigue su curso y en los últimos años ha ido cosechando más motivos para mantenerse tan firme como mi cabezonería crónica. Y es lo peor que se puede hacer, darme la posibilidad de justificar una misantropía infecciosa que se extiende a gran parte de la población a día de hoy gracias a la maravillosa situación social que vivimos a escala mundial. ¡Oh! ¿La capitana tirando de ironía? Nada más lejos de la realidad. Si hablamos de cultivar la desconfianza en el ser humano, los acontecimientos políticos, económicos y sociales actuales le son altamente beneficiosos.

No obstante, voy a lanzar un pequeño rayito de esperanza sobre mi habitual desconfianza en mi propia raza, y es que mi creencia en las excepciones, o dicho de otro modo, personas que merecen la pena, también se ha afianzado. Y para mí es simplemente precioso comprobar que esa bondad natural en la que perdí la fe demasiado pronto, existe. Sólo tengo que mirar a mi alrededor para ver seres humanos extraordinarios, de los que me arrancan una sonrisa que me dura todo el día y hacia los que sólo puedo profesar respeto, admiración y un profundo cariño. Muchos de ellos, por cierto, practican un saludable optimismo, o al menos gozan de una envidiable ingenuidad. No hablo de ingenuidad como algo malo, sino de una ingenuidad dulce y sana, de esa que te permite creer en la nobleza de los demás sin necesidad de pruebas. De esa ingenuidad que no me importaría tener.

Creo que con el tiempo mi hostilidad se ha relajado, pero no por ello soy más piadosa. Soy más seria, y a la vez, más alegre. Soy más hosca, pero todo sigue siendo una cuestión de formas toscas o inapropiadas y, en el fondo, me falta maldad. En definitiva, aprecio una evolución, por paulatina que sea. Pero es una evolución y no un cambio radical, porque sigo teniendo las mismas malas costumbres que quedaron patentes en su momento. Véase, por ejemplo, la de actualizar poco; véase también la de contar algo como si al mundo le importase. Y véase, por supuesto, la de escribir, porque es lo que espero hacer toda la vida.


El que quiera entender que entienda y el que quiera leer que lea. Y buena tarde a todos.

lunes, 4 de marzo de 2013

Observo: Inspiración.


"No one ever dares to speak
It's nothing else but fantasy
It's make believe
Make believe"

A veces siento cómo la inspiración revolotea en torno a mí. Es como un hada pequeña en la que tienes que fijarte bien. Una vez que la has sentido acariciando tu mente, te acostumbras al suave batir de sus alas, a ese sonido diminuto, casi imperceptible y delicado. Y es que ese sonido no es sino el anuncio de la magia que llega a nosotros y comienza a brotar de nuestro ser.

Y hoy la siento conmigo mientras escribo, como siempre, cien mil cosas, todas muy dispares. La capitana es escritora siempre inquieta que no deja de pensar y plasmar, ya sea en forma de relatos o de frases inconexas que se ramifican desarrollando algo que quiero contar, algo que aparece como una pequeña semilla en un trozo de papel y que en mi cabeza cobra todo su sentido, convertida en frondoso árbol.

Hoy escribo más para refugiarme que para expresarme. Hoy escribo porque lo necesito, porque quiero desplazar esas cosillas que a veces nos merman un poquito la sonrisa. Cosillas a las que nos enfrentamos todos, y que en la vida de cada uno, dependiendo del momento, tienen diferente magnitud. Cosillas de las que no pretendo huir, pero en las que ya he pensado lo suficiente. En definitiva, esas cosillas de las que no hablo cuando mis seres queridos me preguntan qué tal estoy porque prefiero escucharles y buscar la risa con ellos.

La escritura ha sido un lugar al que acudir durante mucho tiempo. Lo ha sido desde que aprendí que mediante ella podía inmortalizar las historias que llenaban mi cabeza a todas horas, cosa que coincide prácticamente con el momento en el que aprendí a escribir. Era una forma de estar ocupada, de evadirme por un momento de aquello que pudiese molestarme. Me sentía y me siento segura escribiendo, aunque muchas veces lo necesito y la caprichosa inspiración no viene. No obstante, una vez que me roza, la abrazo con todas mis fuerzas y no la dejo marchar hasta que termino lo que quería hacer. A veces le pido disculpas por la intensidad con la que la he estrechado; y siempre le doy las gracias por haberse quedado conmigo.

Probablemente, a estas alturas de mi entrada estaréis pensando que tampoco estoy empleando la inspiración para hacer gran cosa. Y yo sólo puedo pedir disculpas al decepcionado lector, agradecer que hayáis decidido perder vuestro tiempo en leer esto y seguir mirando, observando, aprendiendo y escribiendo.


jueves, 28 de febrero de 2013

Miro: "Sólo sabe ser ella misma."

Cuando eres adolescente, la soledad parece pesar más a tus espaldas de lo que realmente supone. De ahí que se hagan tantas tonterías para no estar solo, para no ser la oveja negra del grupo, para sentirse más integrado y asegurarse la plena aceptación de las personas que conforman el entorno social. Destacar en un grupo del que aspiramos a formar parte puede conllevar rechazo y por ello es preferible evitar situaciones en las que uno tenga que pronunciarse, enfrentándose en ocasiones a sus compañeros. Y es que defender las propias convicciones puede generar que nos quedemos solos.

Al mirar atrás y recordar mi adolescencia e incluso mi infancia, me encuentro con la historia de alguien que casi siempre obró de forma coherente con su forma de pensar. Digo casi siempre porque en alguna ocasión sí probé a actuar "como el resto" para no sentirme excluida, y aquello nunca me dejó buen sabor de boca: por esto decidí ser consecuente con los valores que yo tenía y que alegremente pregonaba, pues me sentía muy orgullosa de ellos. No lo digo ahora como si estuviese hablando de mí misma como una persona con un actitud admirable. De hecho, no me considero un modelo de conducta; pero sí puedo sentirme satisfecha con la manera de actuar que he tenido en una edad difícil, una edad en la que el mundo parece un lugar radicalmente distinto al que percibes cuando vas siendo consciente de que los años no sólo se notan en el carnet de identidad. 

Defender nuestra forma de pensar, decir "no" cuando insisten en que digamos "sí", mantenernos firmes con nuestras creencias o actitudes cuando un grupo tira de nosotros y pretende que asimilemos la conducta de los individuos que lo componen y malmete contra nosotros como castigo a lo que interpreta como una rebeldía injustificada y problemática... A veces, esto plantea situaciones difíciles. La amenaza de la exclusión, el constante miedo a quedarnos solos, el sentimiento de que nadie nos comprende ni nos aceptará porque nos negamos a seguir aquello que no compartimos, por mucho que nos esforcemos en entenderlo. He perdido la cuenta de todas las veces que me sentí decepcionada, dolida y rabiosa con la juventud que me rodeaba, como mis amigos, por ejemplo, habrán perdido también la cuenta de todas las discusiones que hemos protagonizado, de todos los motivos que yo encontraba para plantarme frente a ellos y expresar mis pensamientos de forma vehemente y poco razonable en muchas ocasiones. Porque cuando recurres a los gritos y a las descalificaciones, cuando incurres en el error de pensar que tus argumentos son verdades universales que merecen ser impuestas, te quitas la razón a ti mismo. Es algo en lo que todos caemos inevitablemente en alguna ocasión, pero que no por ello ha de ser excusado y practicado: se trata siempre de algo mejorable. De hecho, conforme pasa el tiempo, disfruto de la buena sensación que deja ser capaz de decir lo que piensas de forma contundente y razonable a partes iguales.

Sentirse diferente no es fácil, pero seguir adelante siendo consciente de lo que nos hace diferentes es una decisión también complicada. Arriesgamos muchas cosas cuando tomamos ese camino y nos exponemos al rechazo de quienes nos rodean. Es algo que nos pasará toda la vida en muchos ámbitos de la misma, pero he querido enfocarlo a la adolescencia porque ahora veo crecer a pequeños seres muy queridos que afrontan edades convulsas en un mundo aún más inestable. Criaturitas que crecen deprisa y, en algunos casos, se sienten solas e incomprendidas cuando ven como sus compañeros les retiran su apoyo por manifestar opiniones o actitudes diferentes. 

Sólo espero que algún día puedan, como yo, darse cuenta de que ser una persona consecuente con sus convicciones conlleva ciertos riesgos, pero cada uno es como es y lo importante es poder sentirnos bien con nosotros mismos. Además, cuando creces un poco ves que no todo es blanco ni negro, sino que hay muchos tonos de gris que antes eras incapaz de advertir. Muchas veces somos nosotros quienes construimos a nuestro alrededor una muralla y nos encerramos en nuestra propia prisión de soledad, en la diferencia con la que nos empeñamos en estigmatizarnos. Pero no estamos tan solos como a veces parecemos querer creer. Siempre habrá personas que nos valoren tal y como somos, y todas las cosas que antes se planteaban como obstáculos insalvables entre ellas y nosotros, se diluyen progresivamente. Porque "un amigo es el que lo sabe todo sobre ti y sigue siendo tu amigo", que dijo en su momento Kurt Cobain, personaje musical convertido en icono, que nos dejó canciones, máximas y motivos para que unos y otros se tiren trastos a la cabeza defendiendo su idolatría o su repulsa por él. Pero eso, como suele decirse, es otra historia.

"Sólo sabe ser ella misma, cosa de la que me alegro."
Sí: estas son las cosas que sí me hacen hincharme de orgullo.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Permiso para respirar: Aire.

La capitana se había empeñado en permanecer bajo el agua. Parecía querer comprobar cuánto podía soportar sin salir a respirar, pero la realidad es que no tenía nada que demostrarse a sí misma. Al menos, no en cuanto a lo que tiene que ver con su capacidad pulmonar. Simplemente quería asimilar lo que la rodeaba y afrontarlo con el aire del que disponía. Por desgracia para ella, llegó un momento en el que la presión en su pecho fue demasiado fuerte para soportarla. Aun así, cerró los ojos y apretó los puños, tratando de seguir adelante a pesar de el dolor se abría paso hacia su cerebro, como si poco a poco su cuerpo se quebrase por dentro. El pánico comenzaba a invadir sus miembros hasta entonces inmóviles en las profundidades, agitándolos compulsivamente. Y ya no pudo más. Emergió rápidamente, más de lo debido, sin apartar la vista de la superficie que se le antojaba más lejana cuanto más se esforzaba por llegar hasta ella. Sacó la cabeza y abrió la boca, queriendo inhalar más aire del que cabía en su cuerpo helado por la desesperación. Pero aquí está al fin, arriba, respirando y sintiendo cómo se le nubla la mente. Sin embargo, lo prefiere, ya que ha sabido en sus carnes lo que es estar a punto de morir ahogada. Y no le gustó la experiencia.

Cuando el dolor de cabeza le deja pensar, medita acerca del precio de ser consecuente, de decir la verdad cuando este acto puede perjudicar no sólo a uno mismo, sino a los que le rodean. Se pregunta si es lo que uno debe hacer siempre, y le ofende preguntárselo cuando era algo que antes defendía ciegamente. Pero es que la capitana ha entrado ya en el mundo de los mayores, donde uno se cuestiona ciertas cosas y ciertos sueños. Digamos que desde hace unos meses, en su corazón no hay mucho sitio para utopías. Tampoco lo hay ya tanto para las discusiones y la vehemencia. El alma de la capitana se ha convertido en un mar de dudas tan oscuro y profundo como aquel en el que yace, y es tan mortal como este.

Todavía está mareada, aturdida por la claridad de la luna sobre las aguas. No es momento de pensar ahora, es necesario buscar la calma. Por eso cierra los ojos, pero se mantiene a flote. Esta vez tiene que aceptar que aunque se condenase a sí misma a yacer junto a su barco hundido, necesita más aire del que le gustaría reconocer.


martes, 16 de octubre de 2012

Observo: Allá vamos.

A los que hablamos sin pensar no nos queda más remedio que ser consecuentes con lo que decimos. No nos queda otra que aprender que somos presas de una impulsividad contra la que no podemos luchar. Tenemos claro lo que sentimos, lo que nos hace ser como somos aunque quizá pensamos que seríamos más felices si pudiésemos ser de otra forma. Pero perder el tiempo pensando en cómo podríamos ser es ridículo y hemos de aceptarnos como personas. No obstante, podemos aprender a ser mejores. Y lo primero es asumir que manifestamos unos sentimientos en consecuencia a los cuales obramos. Porque poco sentido tiene darse golpes de pecho, escupir todo un ideario con el que limpiarnos el orto después de los aplausos. Porque eso es incongruente e hipócrita, y aunque también habremos de asumir entre dientes nuestra propia hipocresía, no hay por qué resignarse a algo que no nos gusta y contra lo que, por fortuna, en muchos casos podemos lidiar. No en todos, pues las circunstancias a veces nos obligan a meternos nuestra sincera opinión en un bolsillo, ante unas consecuencias de nuestras acciones que serían muy negativas para nosotros. Pero hay momentos en los que podemos permitirnos ser sinceros, muchos más de los que acostumbramos a pensar. Hay mucho tiempo para decidirnos a decir algo que sabemos que será duro de encajar, pero que consideramos que hemos de decir. Y, como siempre, tenemos que evitar pensar en esos otros que se beneficiarán de nuestras palabras pero no dirán nada con su propia boca. Porque si hemos de pensar en alguien más allá de nosotros mismos, es en la persona a la que le vamos a decir esa cosa tan importante que no nos dejará dormir tranquilos si le hacemos el flaco favor de sonreír y callar, o dedicarle unas palabras sencillas. Esa persona que suele ser un ser querido al que bajo ningún concepto queremos herir o decepcionar. Esa persona a la que queremos ayudar a toda costa, aunque pueda no gustarle lo que tenemos que decirle. Esa persona que probablemente nos malinterprete y nos culpe, que quizá nos retire la palabra durante un tiempo y que seguramente nos dará una mala contestación, con más o menos efecto sobre nuestro corazón, dependiendo del tino que tenga al disparar.

Y, una vez más, asumo ese riesgo. Porque estoy cansada de ver cómo alguien a quien aprecio insiste en hacerse pedazos.

viernes, 3 de agosto de 2012

Miro: Un año más.

(Imagen extraída de http://3.bp.blogspot.com/-Ck9aDW4biyY/TVgHkbCVLPI/AAAAAAAAAH8/OYYf97HZcwE/s1600/IMGP9597.JPG, perteneciente a mi blog de fotografía "Lo que veo con ella")

Esta pequeña hija del verano cumplirá mañana un año más de existencia en este mundo. Por alguna razón que desconozco, paso las horas previas sumida en un estado reflexivo que a más de uno le parecería impropio de mí, siempre inquieta como la llama de una vela, consumiendo poco a poco la paciencia de quienes me rodean.

Cuando era pequeña, solía decir que cada año que cumplimos es un año menos para morir. Sin duda era una chiquilla muy alegre... No obstante, con el paso del tiempo voy viendo cada año cumplido como un año de experiencias, tanto buenas como malas, un año de risas, de lágrimas y de nuevas cosas que archivar en mi carpeta de cosas aprendidas.

En un año he creído perder a personas muy importantes para mí. No hubo despedidas y en cambio abundaron los orgullosos silencios, tanto por su parte como por la mía, capaces de sepultar tantos años de maravillosos recuerdos. En un primer momento da pena y rabia, pero cuando uno se resigna es cuando puede ver la situación en frío. Y, pasado un tiempo, nos damos cuenta de que puede que se perdieran muchas cosas... pero no todas. A veces las viejas amistades renacen, y no son las mismas, pero quién sabe si podrían llegar a serlo. Es algo que sólo el tiempo nos puede decir. Espero ir desarrollando algo más de paciencia con los años. Por ahora veo que las sonrisas siguen siendo las mismas a pesar de que todos vamos cambiando poco a poco.

Y es que todos vamos creciendo. Todos y cada uno de nosotros. Y deberíamos celebrar que así es :)

lunes, 2 de julio de 2012

Observo: Lo que me importa.

No me importa que tus padres te hayan dado por perdida y piensen que nada bueno puede salir de ti a estas alturas.
No me importa que ellos jamás valoren la ayuda que intento darte, porque no  espero gratitud por parte de nadie. Esta no es una cruzada en busca de autorrealización ni ningún agradecimiento me va a reportar nada.
No me importa que otros me llamen tonta o piensen que pierdo el tiempo al sentarme contigo a intentar enseñarte las cosas que en su momento no aprendiste en el colegio, aquellas que no entendiste bien o las que eres incapaz de reconocer que te cuestan.
No me importa que te enfades cuando te obligo a rehacer las cosas que has hecho mal a propósito.
No me importa repetir las cosas o buscarme las mañas para hacerte comprender siempre y cuando sirva para algo.
No me importa que tengas mala letra o que te equivoques, sino que aprendas.
No me importa lo que tardemos. Lo único que me importa es intentar llegar a ti y ayudarte a mejorar, que tú sola seas capaz de hacer las cosas bien.  Que no te expongas al maltrato de los otros chiquillos con tal de no estar sola. Que nadie sea capaz de quitarte la confianza en ti misma ni las ganas de hacerte mayor. 
Porque me importa que sepas que estoy aquí para tratar de darte la fuerza que realmente vale, la que llevamos dentro, y que es más poderosa que la de nuestros puños.
Y no pienso abandonarte, no pienso darte por imposible hasta que haya perdido toda esperanza.