(Una foto cualquiera, hecha por mí sin ninguna intención artística, y se nota)
La luz de Noviembre
Mi madre me dijo una vez que poder asomarse por la ventana y ver una puesta de sol, o la luz que asoma entre las nubes tras una tormenta, es un regalo por el que dar gracias. Algo tan sencillo y a la vez tan bonito como los colores que se mezclan en el cielo una tarde cualquiera, es una de tantas pequeñas cosas que nos rodean diariamente; esas que damos por hechas y en las que no reparamos. En aquel momento no le presté mucha atención, la verdad, pero a menudo pienso en esa frase cuando cuando mis soledades voy y de mis soledades que vengo, como diría Lope.
No hay luz como la de Noviembre. Al menos, donde yo vivo. Es esa luz gris suave, que hace nuestra piel más pálida y nuestros ojos, más claros. Es esa luz que cae como un hilillo de entre las nubes y a veces tiene un brillo dorado, y hace que miremos hacia las hojas amarillas y pardas que quedan en los árboles. Tiene una alegría tímida, escondida, que a veces sale con más fuerza, como una risa sincera; y consigue que el viento que anuncia el invierno resuene menos y nos parezca una brisa fresca.
Pero todo llega a su fin, y habré de esperar otro año para volver a maravillarme en silencio. La luz de Noviembre se escapa entre mis dedos, se esconde de nuevo para dar paso a un nuevo mes y al fin de este otoño que tanto me hace pensar.
Y, como si leyera mi oda, brilla más ahora...