A quienes encuentren mi barco hundido...

"Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae."
(Drácula)

martes, 8 de junio de 2010

Miro (parte 4): Fotografías de vidas...



De nuevo, rescato una vieja entrada... publiqué la original hace poco más de dos años, en mi antiguo blog, tras descubrir una exposición de fotografía sobre el VIH mientras vagaba con dos compañeros por la universidad en busca de un cajero.

La exposición consistía en un viaje por todo el mundo, a través de fotografías de enfermos de SIDA de cada continente. Muchos de ellos eran sólo sombras, o manos que cubrían caras, por miedo a ser reconocidos. Todas eran fotografías de historias, de vidas. Aún recuerdo bastantes de aquellas imágenes... pero hubo una que me quedé mirando, porque verdaderamente me llegó al alma. Es la que veis arriba. Una madre velando a su hija, seriamente deshidratada, en un precario hospital. Pero ríen...

Recuerdo que nadie nos había avisado de la existencia de aquella exposición. También recuerdo que sólo nosotros estábamos prestando atención a las fotografías, y que nos quedamos totalmente callados. La gente curioseaba y rápidamente se marchaba, algunos por prisas, otros por desinterés o porque la compasión por las personas allí retratadas era demasiado grande. La gente atravesaba la exposición y pasaba de largo. Eran las 15:30. Quiero pensar que tenían mucho que hacer y poco tiempo para dedicar unos minutos a conocer la historia de aquellas personas.


De todos modos, ¿de qué sirve conocer esas historias, pequeños ejemplos de millones de vidas diezmadas por el SIDA? Cuando ves esas imágenes, por muy concienciado que estés del problema, sientes lástima, aunque te gustara mantenerte indiferente o no darle mayor importancia. Es un problema que siempre está ahí y al que no puedes poner remedio; mirar esas fotografías y leer esas historias sólo sirve para que te condenes, para que te preguntes una y otra vez: ¿por qué pasa esto? ¿por qué no hay más ayuda? ¿qué puedo hacer yo? Interrogantes sin sentido, ya que ninguna respuesta dará la solución. No. No puedes hacer nada para ayudar a las personas cuyo caso has conocido gracias a esta exposición, y ante eso tienes dos opciones: la primera, irte con tu compasión a otra parte, porque no quieres amargarte la existencia pensando en toda esa gente a la que ves como víctima de una enfermedad injusta; la segunda, seguir condenándote sin sentido, pensando que es cobarde e inhumano no buscar una solución por ti mismo y culpando a todas las personas que cambian de canal o no echan un vistazo a los expositores para evitar sufrir por cosas ante las que no pueden hacer nada.


He estado tomando la segunda opción hasta hace poco, enfadándome constantemente por todas las cosas que me parecen injustas y ante las que siempre pienso que puedo hacer algo, creyendo ciegamente que puedo cambiar el mundo y resolver todos los problemas que se llevan a gente inocente mientras el resto se cruza de brazos. Y, en el fondo, lo sigo haciendo; me sigo enfadando porque creo que, si somos capaces de enviar naves espaciales en busca de nuevos mundos, podemos preocuparnos más por este. No sabemos lo que hay allá afuera, no sabemos ni la mitad de lo que creemos saber sobre todas las cosas ni alcanzaremos nunca esas verdades absolutas que perseguimos; pero sabemos que aquí hay gente que sufre por muchas causas. No podemos evitar el padecimiento, no podemos salvar a todas las personas, pero si sabemos que sufren, ¿por qué no buscamos las causas? Aunque nunca lleguemos a conocerlas todas, ya conocemos muchas. ¿Por qué no ayudamos a difundirlas, si el conocimiento es poder?


Sí, sigo enfadándome, y así será durante el tiempo que me dure la moral (y esperemos que sea mucho, aunque vivamos en una sociedad cuya moralidad evoluciona de forma inversamente proporcional al desarrollo tecnológico), pero poco a poco voy aprendiendo a creer en la fuerza de los actos de cada individuo. Hay más gente que piensa como yo, más gente que quiere hacer algo útil y no limitarse a predicar su idealismo moralista. ¿Los conozco? Sólo a algunos. ¿Hace falta conocerlos? No. Lo único necesario es pasar a la acción.


¿Y cómo hacemos eso? ¿Qué tenemos que hacer? ¿Qué queremos hacer? Haríamos más en un país pobre, vacunando a las personas, educándolas para evitar que contraigan el VIH, cuidando a los niños necesitados que han perdido a sus padres, dándoles la mano a los enfermos en los hospitales (pues no todos somos enfermeros ni maestros para aconsejarles debidamente), pero muchas razones nos anclan a Occidente. Vivimos bien aquí, ¿por qué marcharnos a lugares donde vamos a padecer, donde no tendremos hogar y donde, sin embargo, tenemos tanto que hacer? Reconozcamos nuestro egoísmo natural, pero no nos limitemos a él. Podemos hacer cosas aquí, y quizá ese sea el primer paso para marchar a esos lugares donde toda ayuda es poca. Hay problemas aquí, hay gente que muere más cerca de lo que pensamos. Todavía hay que concienciar mucho y dar apoyo y todo tipo de ayudas a los enfermos de SIDA (porque de SIDA estoy hablando en esta entrada, pero la problemática social es mucho más grande y también tenemos mucho trabajo por delante). Las tasas son preocupantes y aumentan progresivamente, pero las personas no son sólo números: cada una de ellas necesita comprensión y medios para seguir adelante. Es difícil, pero no imposible. ¿Lo intentamos? Yo quiero intentarlo.


Y, ¿por qué ahora me esfuerzo por creer en (no todas) las personas? ¿Qué ha cambiado, si sigo siendo pesimista y me enfado ante la impotencia?
Ya no me cierro a la esperanza. No hay que negarla si no la ves ni perderla si la tienes y sientes que se te escapa de entre los dedos. La esperanza no lo es todo, pero hace mucho. Por sí sola no salva vidas (¿o sí?), pero ayuda a vivir.
Supongo que por eso, la fotografía que más me impactó, para bien y para mal, fue la que veis arriba. Esa chica se está muriendo en la camilla de un hospital y su madre la ve irse cada día, pero tienen la sonrisa de quienes lo pierden todo menos la esperanza y la alegría de vivir.

domingo, 6 de junio de 2010

Observo (parte 3): Pequeños caminantes


(Imagen extraída de: http://foros.marianistas.org/attachment.php?attachmentid=1669&stc=1)

Ha pasado mucho tiempo desde que este blog comenzó su andadura, y cayó en un repentino abandono por falta de tiempo e inspiración. Su estructura, demasiado cerrada, obedece a ese deseo de mi mente de ordenar mi propio caos. De ahí que haya pasado a ser un proyecto desplazado... pero nunca olvidado.
A menudo pienso en cómo retomarlo, en qué nueva entrada ofrecer. Pienso continuamente en lo frío que es, pero a la vez, ¿qué más puedo ofrecer...? Cuando se me ha pasado por la cabeza compartir ciertos pensamientos, me lo he negado porque quiero transmitir algo serio y maduro con este blog. Por ello prefiero mostrar sólo una pequeña parte de lo que ronda por mi cabeza.

¿Qué es un miro y qué es un observo...? Incluso a mí me cuesta diferenciarlos, y caigo por ello en el error de considerar que un miro es simplemente un vistazo a algo sencillo, poco trascendental... y un observo es una excusa para lanzar una crítica social. Hay tantas cosas que ver y tantas otras que podemos detenernos a contemplar...

Por ello me gustaría volver a ofreceros una entrada que colgué en la primera parte de este blog, cuando era tan sólo "De la mente a lo demente". No recuerdo si lo consideré un miro o un observo cuando lo concebí. Sólo sé que todavía le veo sentido.



Pequeños caminantes
Desde que nacemos, iniciamos una andadura para la que no hace falta sostenerse sobre los pies. Es el principio de nuestro viaje, que puede ser un corto paseo o una larga caminata, pero en cualquier caso, toda una aventura.
No importa que creamos en la existencia de un camino o que nos abramos paso entre matorrales: andamos y andamos, con objetivos o sin ellos, con la certeza o no de que vamos a alguna parte. Seamos dueños de nuestros pasos o tengamos que acatar las órdenes de alguien que se cree con poder para determinar la senda que hayamos de recorrer, andamos, impulsados por la fuerza de buscar una meta, desafiar al destino, vivir aventuras... son tantas las conjeturas en las que pensamos para dar respuesta a la pregunta de por qué andamos... una pregunta complicada que llevamos mucho tiempo haciéndonos. ¿Qué nos hace caminar? ¿Por qué no estamos quietos? ¿Por qué vivimos? No, no debemos preguntarnos por qué vivimos todos, sino por qué vive cada uno de nosotros. Y aun así... ¿será útil hacernos esta pregunta? ¡Cuántos interrogantes! Pero no tengo la respuesta para ninguno de ellos, ni suficiente tiempo ahora para saciar mi curiosidad. Son preguntas que me llevará todo un viaje poder responder.

Durante ese viaje que con gusto prosigo, no sin encontrar obstáculos en algún momento, miro a mi alrededor y veo que no estoy sola en el camino, mas sí en mi caminar; muchos otros andan, apoyándose en su palo de madera o mostrándose virtuosos sin necesidad de bastón alguno, y pasan cerca de mí. A algunos los conozco desde el principio y me han enseñado a dar mis primeros pasos. A otros los hallé más tarde, pero llevamos tanto tiempo viajando juntos que siento que nos conocemos de mucho antes y les agradezco que me hagan mucho más llevadero este largo paseo.

Sí, cada uno de nosotros emprende su propio viaje, pues sólo su propia vida le pertenece. ¿Sólo? ¡Con una vida tienes aventuras más que suficientes! Pero que vivas una sola vida no significa que vivas solo. En tu camino encuentras a otras personas. Algunas te ayudarán cuando lo necesites y te traerán risas que recordarás en el futuro, y otras te traerán malos momentos que no recordarás con agrado pero de los que, si maduras lo suficiente para que una pizca de sabiduría florezca en ti, aprenderás al igual que aprendes de quienes tanto bien te hacen.

Hay personas que se cruzan en nuestro camino casi por accidente y que acaban convirtiéndose en valiosos compañeros que se mantienen o no como tales hasta el final; las hay que desaparecen de repente, hubiesen aparecido fugazmente o a pesar de haber compartido con nosotros un comienzo magnífico. Sólo el tiempo y nuestros pasos pueden revelarnos el futuro de nuestros encuentros, una vez se haya convertido éste en presente.

Pensemos en esas personas que nos hacen ver que no todos somos especiales y a la vez lo somos... porque todos somos caminantes, pero sólo algunos logran despertar en nosotros ciertos sentimientos que la humanidad en su totalidad no consigue inspirarnos. En mi caso, pese a mi desconfianza en la raza humana, he descubierto que hay pocas pero valiosísimas personas cuya presencia me hace creer en ellas y vivir con entusiasmo.

Somos tan pequeños... y encerramos cosas tan grandes en nosotros que resultan inabarcables. Tantas diminutas cosas en que pensar y descubrir cuán grandes pueden llegar a ser... y el mundo, pese a su grandeza exterior, es pequeño también, pues dentro de él, las minúsculas rutas de quienes andan cada día, se cruzan y permiten que nos conozcamos, que descubramos que no estamos solos y que la sola presencia de esos compañeros, desconocidos o no, tiene un gran poder, al igual que la nuestra.

P.D.- sobre la nieve que cubre el suelo, impidiéndonos ver hacia donde vamos, destacamos...