A quienes encuentren mi barco hundido...

"Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae."
(Drácula)

viernes, 29 de abril de 2011

Miro (parte 14): El lamentable clásico

(Imagen extraída de: http://www.verfutbolvivo.net/wp-content/uploads/2011/04/real-madrid-vs-barcelona-20111.jpg)

Madrid-Barça, Barça-Madrid. No importa dónde se juegue, no importa qué título se dispute: lo que importa es que es el clásico, los dos grandes del fútbol nacional se enfrentan y los aficionados viven una auténtica batalla. En los programas deportivos le dan bombo al asunto y empiezan a calentar los ánimos. Que si fulanito ha dicho tal, que si menganito ha dicho cual. Aunque queden semanas para el partido, los seguidores de ambos equipos ya se están tirando los trastos a la cabeza.

Llega el día del partido. Obviamente, uno de los dos equipos se va tener que tragar sus palabras. Gane el que gane, Madrid o Barcelona serán ciudades que no podrán dormir hasta las tantas de la madrugada por el jaleo que montan los seguidores del equipo que se alce con la victoria. Gane el que gane habrá insultos y chulería a expuertas y se echará de menos la deportividad.

Siempre he sido madridista, y aunque ahora no sigo la liga con frecuencia, me sigue alegrando saber cuándo ganan los merengues. Dejé de ver el fútbol cuando empezamos con el rollo de "los galácticos", porque veía que se movía mucho dinero pero no se jugaba nada. El Barça ha ido tirando de cantera y haciendo fichajes más acertados, y aunque Guardiola no me caiga precisamente simpático, les está dando caña a sus chicos. Así tenemos a un Barça temible que gana porque sabe jugar.

No tengo problema en reconocerle a Messi la increíble jugada que le permitió sentenciarnos ayer con un segundo y magnífico gol. En ese aspecto, soy bastante objetiva. Lo que llevo mal es el recochineo, pero el de unos y el de otros. La falta de deportividad de la que hablaba antes, las burradas que se dicen y que se hacen por algo que a fin de cuentas no es más que un deporte. Algo que debería disfrutarse se vive de manera exagerada, rozando el fanatismo y acabando, en muchos casos, en desmadre. Es lo malo de los excesos, y bien es sabido que en este país nos chutamos el fútbol en vena. Sólo hay que ver las portadas de los periódicos o el inicio de los telediarios. Por eso es de esperar que cuando hay un partido decisivo se líen las cosas y de vez en cuando le hagan un poquito de daño a la Cibeles, por ejemplo; pero a mí no me hace ninguna gracia. Debe ser cosa de la euforia, por eso de que ganar un partido es lo más parecido a tomar una ciudad y disfrutar del saqueo, porque el fútbol sirve para canalizar nuestros instintos competitivos que de otro modo acabarían en violencia.

El fútbol es politiqueo, está claro desde el principio. Sirve a unos intereses muy concretos, como tantos otros contenidos diseñados para entretenernos y que así unos cuantos puedan asegurarse de que no protestaremos mientras tengamos algo que ver en la televisión. Pensemos en la victoria  de España en el mundial, momento en el que se produjo un milagro y la crisis desapareció hasta que se nos fue esa fiebre maravillosa. Pero ese momento queda lejos y cuando se vive otro muy diferente, esa lucha autonómica para muchos: Cataluña contra España. Sí, sí, no contra Madrid, porque he visto alzadas en más de una ocasión las banderas nacionalistas tanto de unos como de otros, y en ningún caso ondeaba la de la Comunidad de Madrid. Y si esto sólo fuese un deporte no habría necesidad de alzar otra bandera que no fuese la del equipo en cuestión, sin reivindicaciones de por medio.

Sea porque los árbitros son unos vendidos, porque los jugadores hacen teatro, porque fulanito estaba lesionado, porque el campo no estaba en condiciones para jugar... sea cual sea la excusa que se utilice, lo queramos ver como un duelo o como un partido pactado al más puro estilo Pressing Catch, el fútbol no debería ser más que fútbol. Debería ser un deporte del que disfrutar, por el que pudiésemos alegrarnos o entristecernos porque un equipo gane o pierda, sin olvidar el civismo.

Son por estas cosas por las que muchas veces paso de ver el fútbol.

miércoles, 27 de abril de 2011

Observo (parte 13): Coraje

(Imagen extraída de: http://www.freewebs.com/benditapoesia/rtg.bmp)

Cuando todavía estaba en el colegio tuve la suerte de dar con un profesor que se preocupaba por la moral de sus alumnos. Si bien sus clases resultaban un tanto soporíferas, hizo cosas por las que siempre le recordaré con cariño, como poner interés en mis historias y motivarme a seguir escribiendo, tratar de concienciarnos del daño que hacíamos a nuestro planeta o del que nos hacíamos a nosotros mismos con las faltas de respeto.

Una tarde, el profesor del que os hablo llegó con un fajo de tarjetas negras. En cada una de ellas figuraba una cualidad en la parte delantera, y una serie de máximas en la trasera. Las repartió, y supuse que lo hizo al azar, pues en mi mesa cayó la del coraje. Guardé la tarjeta con cierta vergüenza por si algún compañero la veía y se reía de mí, ya que el coraje nunca ha estado entre mis virtudes. Siempre me ha parecido algo demasiado grande, digno de unos pocos, y esa chiquilla silenciosa y sombría poco tenía de valiente. Tan sólo hacía lo que creía correcto, preguntando mis numerosas dudas pese a las risas de mis compañeros, y defendiendo a éstos cuando no me parecía justo el trato que se les daba, y recibiendo a cambio risas y desprecio en muchos casos. A nadie le parecía valiente y por dentro me sentía inútil y penosa. Parecía que ser yo misma era siempre un problema, pero no sabía hacer otra cosa.

Cuando llegué a casa, cogí la tarjeta y le di la vuelta. Las frases que venían en la parte trasera se me quedaron grabadas a fuego, especialmente la última:
  • "Si tienes algo que hacer, ¿por qué no ahora" (Proverbio)
  • "Mi vida era un riesgo. ¡Y yo lo asumí!" (Robert Frost)
  • "Los pasos a medias sólo sirven para hacernos retroceder" (Abraham Lincoln)
  • "Muchas pequeñas derrotas pueden conducir a la gran victoria" (Chuang Tzu)
Tal vez el coraje no estaba en el alarde ni el triunfo, sino en intentar las cosas una y otra vez, siempre incansable pese a los obstáculos. En seguir adelante hasta el final, independientemente de las risas de quienes no querían entenderme.

Empecé a llevar la tarjeta conmigo, escribí las frases por todas partes. Cuando me sentía débil, recordaba las palabras de Chuang Tzu, pensaba en aquel pequeño regalo de un profesor que quería inspirarnos y me llenaba de energía.


Pero el coraje es mucho más que la lucha de una estudiante torpe. Hay cosas mucho más importantes en la vida, momentos en los que hay que tomar decisiones cruciales o cumplir con tu palabra, actuar pese a las dificultades y vencer tus temores para continuar avanzando. Y en esos momentos, muchos que se las han dado de valientes durante largo tiempo encuentran una traba ante la que lo mejor que se les ocurre es esconder la cabeza y esperar a que pase la tormenta. Y es que como dijo George R. R. Martin en su famosa obra "Juego de Tronos": "Si no tiene nada que temer, un cobarde no se distingue en nada de un valiente. Y todos cumplimos con nuestro deber cuando no nos cuesta nada. En esos momentos, seguir el sendero del honor nos parece muy sencillo. Pero en la vida de todo hombre, tarde o temprano, llega un día en que no es sencillo, en que hay que elegir." 

No hemos de pensar en el valor como cosa de héroes imaginarios, o sólo como algo que se demuestra en situaciones a vida o muerte. En la vida cotidiana encontramos multitud de ejemplos en los que se nos presentan situaciones que requieren una toma de decisiones, y decidir nunca es fácil cuando tenemos algo que perder o algo que temer. Pero ignorar esos momentos en los que nuestros pasos y quizá los de otros dependen sólo de nuestra voluntad no sirve de nada. Y es ahí donde se demuestra si alguien tiene coraje. Se lo demuestra uno mismo, no tiene por qué demostrárselo a nadie.

Hoy aplaudo a quienes son verdaderamente valientes y son conscientes de ello, a quienes creen en sí mismos porque saben de lo que son capaces y están orgullosos, así como aplaudo a quienes son igualmente valientes y no se dan cuenta. Tal vez algún día pueda sentirme como ellos. Mientras tanto, les presento mis respetos.

lunes, 25 de abril de 2011

Miro (parte 13): "En paz con los hombres"

(Imagen extraída de: http://www.expocomic.com/blog/wp-content/uploads/2010/04/Dead-moon.jpg)

"Yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas", escribió mi querido Antonio Machado, y sus palabras quedaron grabadas en mi memoria desde que las leí. Supongo que más de uno dirá que poco tiene que ver esa frase connmigo, ya que no me caracterizo precisamente por ser una persona que discuta poco con los demás, pero la experiencia me ha hecho aceptar que muchos de los problemas que causamos a los demás son generados por los problemas que tenemos con nosotros mismos.

En nuestra formación como individuos, experimentamos una serie de circunstancias que nos moldean haciendo de cada uno de nosotros algo único, irrepetible. Podremos encontrar personas muy parecidas a nosotros, tanto que probablemente quedemos asombrados; pero nunca seremos idénticos. De ahí que, pese a lo mucho que nos esforcemos en diferenciarnos de los demás acudiendo a todo tipo de elementos estéticos, no lo logremos en el sentido de que nunca podremos ser más diferentes de los demás que siendo simplemente nosotros.

Necesitamos sentir que somos especiales, y creemos que destacando entre la gente por mostrar unas cualidades o un aspecto determinados será suficiente para recalcar nuestra diferencia. Esto es notable a ciertas edades, si bien dicha tendencia suele descender pasado un tiempo (aunque no siempre es así). Pero a la vez, buscamos la semejanza y tratamos de integrarnos en grupos en los que encontrar a personas con las que compartir todo aquello que nos distingue. En definitiva, queremos ser únicos pero no estar solos.

Si nos cernimos sólo a la estética y pensamos en casos tales como el de las tribus urbanas, podemos salirnos con la nuestra. Pero como decía al principio, es nuestro interior lo que nos hace realmente diferentes, y encontrar personas con las que compartir puntos de vista o sentirnos comprendidos se hace mucho más difícil. Eso puede llegar a frustrarnos y probablemente concluyamos que:
  • Los demás no piensan como yo (y nos sentimos raros, despreciados por el injusto gentío)
  • Yo no pienso como los demás (y nos crecemos ante la ignorante plebe...)
En ambos casos, seguramente nos enfademos y sigamos sintiéndonos solos por muy convencidos que estemos de nuestros argumentos. Exigiremos continuamente a los demás que piensen como nosotros a sabiendas de que no podemos hacerles cambiar y discutiremos con ellos sin conseguir nada. Con algunos tal vez podamos mantener una base de respeto aunque resulte imposible compartir planteamientos. Con otros, lo más sabio será cortar la relación a menos que queramos vivir enfadados el resto de nuestros días (o acabar a palos, que es lo que suele ocurrir pero que preferiría no contemplar como opción).

Soy de las que piensa que las diferencias nos enriquecen y que un intercambio de opiniones siempre es interesante si se hace con respeto mutuo. Rodearme sólo de personas muy parecidas a mí me aburriría si estuviésemos siempre de acuerdo en todo; y si defendiéramos argumentos diferentes con el mismo ímpetu, acabar a palos sería lo más probable. Pero he de decir que a veces me siento un poco sola. Actuar de acuerdo a mis principios me lleva a enfrentarme muchas veces a opiniones mayoritarias que no puedo compartir de ninguna manera y que en más de una ocasión me han indignado porque van en contra de aquello en lo que creo. Ante esa situación, sigo firme con mi actitud, porque la creo correcta, pero no puedo evitar sentirme apartada de quienes pueden unirse porque piensan parecido. Sarna con gusto no pica, que dice el refrán, y si el precio a pagar por defender mis principios es este, tendré que se consecuente con ello. No hablo de situaciones extremas, sino de esos pequeños ejemplos que nos da la vida cotidiana en los que se revelan nuestras cualidades.


¿Y qué cualidades tiene la capitana?

Pues en esta vida me ha tocado ser, entre otras cosas, honesta. Pude haber sido astuta, ingeniosa, adaptable o brillante, pero me tocó ser honesta. Hace tiempo leí una frase que decía que "los honestos son inadaptados sociales", y de alguna forma me resultó divertida. Tal vez porque tiene algo de cierto, sobre todo en los tiempos que corren. Desde fuera, se podría decir que mi honestidad me trae problemas con los demás, pues es la que me lleva a oponerme a ellos muchas veces. Pero también es la responsable de que confíen en mí y gracias a ello puedan llegar a quererme e incluso a admirarme. Sea como fuere, mi honestidad me hace ser quien soy y sólo puedo tener la conciencia tranquila obrando de acuerdo a mi forma de ser, lidiando con los problemas internos que se me presenten mientras trato de seguir en paz con los demás.

Tal vez algún día me sienta totalmente en paz conmigo misma.

sábado, 23 de abril de 2011

Observo (parte 12): Honor

(Imagen extraída de: http://t3.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcRwKiC_YCMu4ZhjSVD4EsppPaM7g8wnfkljsS8cu5LflAcfa2lh&t=1)

honor.
(Del lat. honor, -ōris).

1. m. Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo.


(Fuente: Real Academia de la Lengua Española)

Parece que uno tiene que remontarse a tiempos casi inmemoriales para pensar en aquellos días en los que hubo hombres de honor. Solemos pensar en los samuráis, en los caballeros medievales, en todo guerrero que luchó en pos de la justicia, de la libertad, de cualquier ideal que se nos antoje deseable para el bien común. Pensamos en hombres a los que los cantares han engrandecido hasta el punto de convertirlos en mártires, en héroes, en figuras inmortales a las que no hemos conocido pero admiramos por sus hazañas.

Pero lo que nos queda de aquellos hombres son tan sólo imágenes reinterpretadas... imágenes a las que nos aferramos cuando necesitamos pruebas de que una vez hubo hombres rectos y honorables. Hombres que tenían principios y eran consecuentes con aquello en lo que creían, cosa que hoy no parece abundar.

Me crié admirando al Cid, al que descubrí en clase de Literatura en el colegio y al que imaginaba cabalgando glorioso, esgrimiendo a Tizona y gritando "¡Por Castilla!", consiguiendo victorias para un rey que no le quería pero al que él seguía sirviendo lealmente. Cuando, con el paso de los años, me presentaron al Cid como a un mercenario que ponía su espada al servicio de quien mejor le pagase, me llevé una tremenda decepción. ¿Cómo aceptar que el hombre bueno al que había admirado no era un héroe sino un vendido? Aún me quedaba mucho que comprender...

A día de hoy, el Cid es para mí un personaje histórico al que recuerdo con cariño pero al que no tengo devoción. Los samuráis ya no son para mí héroes sin tacha. Los templarios no fueron la personificación de la justicia. Los vikingos tuvieron mucho de saqueadores profesionales, los guerreros celtas no fueron los "buenos" y los ingleses los "malos"; y las legiones romanas no eran soldados de una civilización bondadosa y perfecta ni mucho menos.

Los hombres que formaron parte de ejércitos al servicio de un imperio o de un reino, quienes se levantaron contra un poder opresor, quienes lucharon por un daimyo o por un sueño... todos ellos eran hombres que destinaron sus fuerzas a una causa, fuese esta noble o bestial. Tuvieron sus motivos para hacer lo que hacían, y entre ellos hubo injusticias y actos justos, hubo errores y aciertos, hubo una forma imperfecta de llevar a cabo su cometido, pues había de ser coherente con la naturaleza humana. Pero entre algunos de sus actos, por supuesto que debió de haber honor. De hecho, sólo a ellos se les achaca esa cualidad, pues sólo ellos parecían capaces de luchar hasta la muerte por algo en muchos casos intangible.

Hablar de honor hoy en día causa risa casi siempre. El honor es cosa de películas, de héroes muertos o inventados. Resulta extraño pensar que haya personas leales a sus principios, que los defienden para su bien y para el de los demás. El honor es algo que no se lleva desde hace siglos.

Y que un valor pase de moda me parece realmente triste.

viernes, 15 de abril de 2011

Miro (parte 12): ¡República, República!

(Imagen extraída de: http://partidocomunistaclm.files.wordpress.com/2010/06/republica.jpg)

Ayer, 14 de Abril de 2011, se cumplieron 80 años desde el día en el que la II República fue instaurada en España. Aquel día se gritaba con alegría: "¡Viva la República!", y es que por fin el país veía algo de luz tras siglos de monarquías endogámicas.

La República supuso un avance, una experiencia democrática. Sobre todo, supuso que España tuviese una Constitución. Por supuesto, sus inicios fueron difíciles, con una rápida sucesión de gobiernos, y se vivieron etapas convulsas. Fueron apenas 6 años de medidas polémicas, por su novedad y por la constante oposición conservadora, pero 6 años de una libertad considerable en todas las esferas. Una libertad cercenada por la victoria franquista en la Guerra Civil, que volvió a encerrar a España hasta la muerte de Francisco Franco en 1975.

Hoy día, somos herederos de esos tiempos y se vuelven a respirar aires de libertad, de una democracia en muchos casos insuficiente y patética, pero democracia a fin de cuentas. Sin embargo, no son pocos los jóvenes que lucen la bandera republicana y reivindican la vuelta de esos tiempos. Muchos de ellos suelen acompañar sus gritos con una litrona y promocionan manifestaciones, además de tachar rápidamente de fascista a quien no piensa como ellos, porque la censura que no quieren para ellos la derrochan muchas veces para los demás. Como podéis imaginar, ayer se hicieron festejos por doquier en los que el calimocho tuvo más protagonismo que la bandera tricolor. Y mientras caminaba entre los asistentes caídos y considerablemente borrachos que me cortaban el paso, me preguntaba cuántos de ellos estaban allí porque verdaderamente creían en la República.

Preguntarnos si preferimos una república o un gobierno absolutista es ridículo: nadie quiere tiranos. Pero yo vivo anclada a mi tiempo. Nuestros padres y los padres de nuestros padres saben lo que es vivir tiempos de censura, y por ello saben mejor que nadie si merece la pena cantarle a la República. Nunca hay que olvidar el pasado, pero, ¿qué sabemos nosotros de esos tiempos por lo que hemos vivido en nuestras carnes? Nada. Entonces, ¿por qué seguimos enarbolando banderas de tiempos pasados en lugar de hacer de la reivindicación de nuestras necesidades actuales nuestro nuevo estandarte?

domingo, 3 de abril de 2011

Permiso para respirar (parte 2)

Bajo el agua, oigo la lluvia. Veo caer las pequeñas balas sobre las ondas.
Asomo la cabeza y siento cómo las gotas aterrizan en ella.
Cada vez se me hace más raro mirar hacia la costa, que cada día se me antoja más lejana. Las voces de quienes allí siguen haciendo sus vidas me traen recuerdos de una vida pasada.
A veces desearía tocar tierra, pero mi barco yace en el fondo del mar. Nadie ha de esperarme en tierra, pero quien quiera buscarme tendrá que bucear.
Este cielo negro no me da paz. A las profundidades vuelvo, a sabiendas de allí todo está aún más oscuro.