A quienes encuentren mi barco hundido...

"Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae."
(Drácula)

martes, 26 de junio de 2012

Miro: De perros y lealtades.


Hace ya unos cuantos años, cuando todavía era una niña, acompañé a una amiga de aquel entonces a los baños del colegio. Dos chiquillas enormes se encararon con ella y nos impidieron el paso. A ella porque, según decían, parecía un chico; a mí porque, al salir en su defensa, me llamaron perro guardián. Obviamente no tenía posibilidades contra ellas si decidían pasar a las manos, pero no era algo que me preocupara, así que le abrí paso y las dos grandullonas nos miraron atónitas, sin tomar represalias. Tal vez no se lo esperaban. Tal vez hablaban demasiado y hacían muy poco.

A lo largo de mi infancia conocí a muchos niños y niñas cuyo buen trato me sorprendía y me agradaba, y por ello procuraba mantenerme a su lado y defenderles en todo momento. Trataba de mostrar mi gratitud por concederme su amistad, aquel preciado tesoro que tanto me costaba encontrar y que rápidamente se esfumaba entre mis dedos, pues a menudo los niños y los no tan niños se desechan a quien tan diferente parece. Nunca he sido azul, pero tampoco era muy divertida, o no me gustaba jugar a las princesas, o simplemente decía que algo me parecía mal cuando así era, y parece ser que esto siempre ha sido, es y será motivo suficiente para recibir rechazo.

No obstante, con los años he aprendido que las personas vienen y van, pero que yo tengo que vivir conmigo misma. Por ello he preferido mantenerme fiel a mis convicciones, ateniéndome a las consecuencias que esto tiene. Es algo que a veces me hace sentir un poco sola, pero que a la vez me hace pensar que quien verdaderamente me aprecia, lo hace por todo lo que soy y por lo que pienso, sin que tenga que adaptar mis opiniones para encajar en ninguna parte. Y no siempre es fácil aceptarlo, o me pregunto cómo sería mi vida si yo hubiese sido de otra forma. Pero, ¿sabéis? No es algo que haga a menudo. No le veo mucho sentido a pasar el tiempo haciéndome preguntas hipotéticas sobre lo que hubiera podido ser. Lo que cuenta es lo que soy.

Sin embargo, a veces me digo a mí misma que desde luego las cosas serían más fáciles teniendo otro tipo de mentalidad. Esta idea me viene a la cabeza en especial cuando me encuentro en una conversación en la que pronuncio la palabra lealtad con absoluto convencimiento y como respuesta me encuentro con risas. No es algo que me sorprenda en absoluto, pero cuando me encuentro con afirmaciones tales como “la lealtad es para los perros”, “son los perros los que tienen que ser leales a su amo”, “es que oigo lealtad y pienso en caballeros andantes”, es cuando me doy cuenta de que hay cosas que nunca cambian. Pienso en los niños que se prometían amistad eterna y se humillaban al día siguiente y en quienes, a pesar de haber dejado de ser niños hace tiempo, siguen haciéndolo. Pienso en la cantidad de personas a las que tanto les cuesta delatarse para defender a alguien a quien aprecian. En quienes no toman partido en una situación para no ser marginados por el resto. Sé que son cosas que resulta difícil hacer en según qué momentos de la vida, que no todo es tan sencillo como cuando éramos pequeños... pero hay ocasiones en las que tenemos que elegir, en las que no podemos tener el beneplácito de todos los que nos rodean. 

A veces hemos de valorar realmente lo que tenemos y decidir al lado de quién tenemos que permanecer. A veces tenemos que arriesgarnos a perder a alguien, o a quedarnos solos. Y no, nunca es fácil ni agradable. Ni nos van a recordar por ello como personas valientes. Lo que piensen los demás es lo que menos habría de importarnos, precisamente, aunque está visto que esta no es la opinión más extendida. A veces tenemos que hacer cosas por nosotros mismos o por otras personas que no nos gustan, y es una cuestión de lealtad. Porque la lealtad no es sólo algo propio de los perros, lo que pasa es que muchos parecen haberlo olvidado.

jueves, 7 de junio de 2012

Observo: No más bilis.


Hoy me apetece compartir con vosotros algo de lo que me di cuenta hace poco tiempo. Supongo que es algo que muchos de vosotros ya sabíais desde hace bastante más, pero no me caracterizo por ser una persona de mente ágil y ya sabéis lo que dicen: ¡más vale tarde que nunca!

Soy bastante gruñona, y en un mundo en el que la corrupción está a la orden del día y en el que presenciamos tantas injusticias y tan diversas en todos los ámbitos de la vida, os podéis imaginar que mi rutina consiste en tomarme todo como más argumentos con los que alimentar el fuego de mi desencanto con la humanidad. En otras palabras, al final no soy más que una de tantos que viven echando bilis por la boca. Es una actitud bastante extendida, probablemente no tanto como la indiferencia, pero tampoco es que cueste mucho mantener esta conducta.

Bueno, pues hace tan sólo un par de meses me dije a mí misma que no podía seguir así. Tengo claro que, por mi forma de ser, nunca seré capaz de desentenderme de los problemas. Y es que, por suerte o por desgracia, me importan las personas. La fuente de mi aparente odio hacia la humanidad, de mi pensamiento negativo sobre nuestra propia naturaleza, está en el daño que nos hacemos unos y otros. Está en mi falta de identificación con unos anti-valores como la hipocresía, el egoísmo o la indiferencia. Estamos hechos para sobrevivir a cualquier precio, pero olvidamos el hecho de convivir.

Tengo claro que me seguiré indignando, que seguiré contestando al que defienda sus frívolas opiniones entre risas al igual que yo puedo luchar por las mías. Pero ya está bien de encerrarme en mi oscuro rincón de malos sentimientos. Lo que me ayuda a canalizarlo todo es intentar ayudar. Intentar hacer algo positivo. Algo tan simple como escuchar a alguien o darle tu mejor sonrisa (aunque en ocasiones te cueste sonreír) puede hacerle mucho bien a alguien. Y pensar en las excepciones, en esas personas que se merecen lo mejor y tratar de hacer algo bueno por ellas es lo que me ayuda a vivir y a ver el mundo de otra forma. No se trata de evitar esa rabia que me abrasa el pecho, sino de sacar partido de ella en lugar de permitir que me queme completamente.

Sí, seguro que muchos ya lo sabíais desde hace tiempo y ahora os estaréis riendo de mí, que parezco tan ilusionada como si hubiese descubierto América. Pero insisto: más vale tarde que nunca. Tal vez esta revelación me ha llegado justamente cuando debía ser.