A quienes encuentren mi barco hundido...

"Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae."
(Drácula)

viernes, 16 de noviembre de 2012

Permiso para respirar: Aire.

La capitana se había empeñado en permanecer bajo el agua. Parecía querer comprobar cuánto podía soportar sin salir a respirar, pero la realidad es que no tenía nada que demostrarse a sí misma. Al menos, no en cuanto a lo que tiene que ver con su capacidad pulmonar. Simplemente quería asimilar lo que la rodeaba y afrontarlo con el aire del que disponía. Por desgracia para ella, llegó un momento en el que la presión en su pecho fue demasiado fuerte para soportarla. Aun así, cerró los ojos y apretó los puños, tratando de seguir adelante a pesar de el dolor se abría paso hacia su cerebro, como si poco a poco su cuerpo se quebrase por dentro. El pánico comenzaba a invadir sus miembros hasta entonces inmóviles en las profundidades, agitándolos compulsivamente. Y ya no pudo más. Emergió rápidamente, más de lo debido, sin apartar la vista de la superficie que se le antojaba más lejana cuanto más se esforzaba por llegar hasta ella. Sacó la cabeza y abrió la boca, queriendo inhalar más aire del que cabía en su cuerpo helado por la desesperación. Pero aquí está al fin, arriba, respirando y sintiendo cómo se le nubla la mente. Sin embargo, lo prefiere, ya que ha sabido en sus carnes lo que es estar a punto de morir ahogada. Y no le gustó la experiencia.

Cuando el dolor de cabeza le deja pensar, medita acerca del precio de ser consecuente, de decir la verdad cuando este acto puede perjudicar no sólo a uno mismo, sino a los que le rodean. Se pregunta si es lo que uno debe hacer siempre, y le ofende preguntárselo cuando era algo que antes defendía ciegamente. Pero es que la capitana ha entrado ya en el mundo de los mayores, donde uno se cuestiona ciertas cosas y ciertos sueños. Digamos que desde hace unos meses, en su corazón no hay mucho sitio para utopías. Tampoco lo hay ya tanto para las discusiones y la vehemencia. El alma de la capitana se ha convertido en un mar de dudas tan oscuro y profundo como aquel en el que yace, y es tan mortal como este.

Todavía está mareada, aturdida por la claridad de la luna sobre las aguas. No es momento de pensar ahora, es necesario buscar la calma. Por eso cierra los ojos, pero se mantiene a flote. Esta vez tiene que aceptar que aunque se condenase a sí misma a yacer junto a su barco hundido, necesita más aire del que le gustaría reconocer.