Tengo una prima de nueve años. No la veo mucho a pesar de
vivir más o menos cerca, pero la conozco bien. Le gustan las princesas, las
muñecas, ponerse guapa, la música de Lady Gaga y demás divas del momento, jugar
al ordenador y a la consola. Como tiene bastante fuerza, más de una vez la ha
empleado para salirse con la suya, como suelen hacer los niños cuando tienen
esa ventaja. Es una chiquilla grande y demasiado espabilada, con comentarios
más ocurrentes que los de algunos adultos. Podría tener todas las papeletas o
bien para que la temieran o para que la admiraran, pero la pobre fue a dar con
las niñas más estúpidas de todo el colegio.
Desde muy pequeña se ha visto en
una clase compuesta por un alto porcentaje de niñas que reflejan a madres
caprichosas y superficiales que crían a sus hijas para convertirlas en
perfectas muñecas con la cabeza hueca y la boca sucia.
Cuando forman la fila
para entrar a la escuela, no son sino un desfile de modelos con ropa cara,
melenas lustrosas y muecas de asco. Son arrabaleras, egoístas y crueles. Señalan
a la niña gorda o a la menos agraciada y se encaran con ella ante la mirada de
sus mayores, quienes están demasiado ocupadas charlando como para corregir a
sus hijas, que escupen terribles palabras, ríen y hieren. Serán sin duda las
perfectas arpías que sus madres desean, y harán imposible la vida de esas
pequeñas que sufren cada día y crecen fuertes por fuera y frágiles por dentro.
Pequeñas como mi prima, a quien se reprende por utilizar la fuerza bruta o el
engaño cuando intenta dar su merecido a sus enemigas cotidianas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario